jueves, 26 de enero de 2012

La hija del presidente se abanica


Cuando el presidente Hugo Chávez restringió la libre circulación de moneda extranjera en Venezuela, en abril de 2003, su hija Rosinés Chávez tenía 5 años. Hoy tiene 14.

Desde hace casi una década, los venezolanos están sometidos a un férreo control de cambio que no sólo congela el valor de la moneda nacional frente al dólar, sino que limita a los ciudadanos la libre disposición del dinero en cualquier otra moneda que no sea el bolívar, que hasta la fecha se ha devaluado, al menos, en cinco ocasiones.

Una de las últimas depreciaciones ocurrió en 2010, cuando en una extravagante operación monetaria, el bolívar pasó a llamarse ‘bolívar fuerte’. La operación vitamínica -devaluación disfrazada- consistió en restar tres ceros al valor nominal de la moneda.

2.500 bolívares equivalen a 2,5, bolívares fuertes. Todo en una rápida operación de maquillaje que no logró esconder la inflación galopante. Desde 2005, los precios en Venezuela han aumentado en más de 160%.

La cantidad de dólares autorizados a precio oficial –en el mercado paralelo su valor se duplica- por ciudadano es de 2500 dólares al año para viajes y 400 para compras por Internet. Es decir: para todo un año sólo existe derecho a utilizar esa cantidad. No más.

Para solicitarlos, es necesario justificar primero el destino que se le dará ese dinero ante la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi), según se trate de un viaje, una asignación como estudiante en el extranjero o para importaciones comerciales. Tan sólo para la primera solicitud, la de los viajes, debe de completarse un trámite de 14 pasos cuya reglamentación está descrita en un manual de 194 páginas.

La sola tramitación no garantiza que a un ciudadano le sea autorizado su cupo para la compra de moneda extranjera, lo que obliga a miles de venezolanos a comprar dólares en el mercado negro. El importe oficial del cambio venezolano es de 4,30 bolívares por cada dólar que se desee comprar. En el mercado negro su valor alcanza, en este momento, los 9 bolívares.

Hay distintos valores según una clasificación oficial distribuida de la siguiente forma: el cambio de 2,60 bolívares está destinado para aquellos sectores considerados prioritarios, como alimentos, salud, remesas e importaciones del sector público, y 4,30 bolívares para el resto.

En Venezuela no se pueden comprar dólares en ningún banco ni en casas de cambio, porque ya no existen (fueron allanadas policialmente y cerradas). Por ley, está penado adquirir divisas mediante cualquier otro mecanismo que no sean los impuestos por Cadivi , a menos que quien lo desee tenga acceso a una cuenta en el exterior o esté dispuesto a pagar el doble de dinero por lo que legalmente le corresponde. La mayoría de los venezolanos optan por la segunda opción, lo cual explica también porqué en Venezuela todo cuesta el doble o el triple de su valor.

En un país cuya economía depende del petróleo y que vive de la importación, los comerciantes se ven obligados a comprar sus mercancías en dólares o en su valor referencial. Como a la mayoría le es negado el derecho al cambio oficial, deben recurrir al cambio paralelo e importar en función de su valor –fluctuante, por demás-. En una operación básica de sentido común, deben vender sus productos al cambio en bolívares.

Si compro una chocolatina de un dólar, a precio oficial, su valor sería de 4,30 bolívares. Si por el contrario, esa misma chocolatina es importada al cambio del mercado paralelo, su precio será de 9 bolívares. Podríamos repetir esta operación con cualquier otro bien y el escándalo sería exactamente igual o peor.

Cuando Hugo Chávez puso en marcha el control de cambio, en 2003, su hija menor, Rosinés Chávez tenía cinco años. Hoy tiene 14 y se hace célebre ya no por las anécdotas que sobre sus mascotas hacía el presidente en Cadena Nacional, sino por algo realmente serio. La hija del presidente ha subido a Internet una foto suya en la que cubre su rostro con un abanico de dólares. El gesto es casi obsceno.

Su adolescencia podría disculpar la estulticia, sin embargo… ¿Al momento de hacerse la fotografía, sospechaba, intuía, acaso se imaginaba la hija menor de Hugo Chávez que un venezolano promedio, para poder hacer lo mismo que ella, tendría que someterse a un proceso de restricciones casi soviéticas del que ella está exenta? ¿Sabe ella que el tiempo que ha pasado entre su infancia y su edad actual marca un largo período de privaciones?

No, quizás no lo sepa. Ella sólo se abanica. Sólo eso. Se abanica con un manojo de dólares.

domingo, 15 de enero de 2012

Ya sólo habla...

Leí ese libro hace dos años. Su protagonista parecía sentirse comedidamente heroico y a sus lectores nos venía bien saber que en esa historia no había finales perfectos, sino finales, los que existían incluso antes de que el libro comenzara .

Hoy viene a mi memoria y no sé porqué, tampoco para qué. Sólo viene, como una brisa. A eso me atendré, al viento seco de quien no sabe dónde colocar su mente en una tarde de domingo. Así que hablaré de él, de Sebastián porque me gustaría que le conocieran .

Sebastián parece un hombre de mediana edad. Diría yo que cercano a los 40. Se ha divorciado; y no de cualquier forma. Tampoco nos la van a contar. Pero sabemos que lo que sea que le haya ocurrido, no ocurrió de una forma convencional.

Sebastián es un romántico a la centroeuropea, un melancólico aficionado a la costumbre de morirse de amor, por poner un listón que se parezca al drama y la comedia de su vida en esta historia. Eso, me da por pensar, que es este hombre.

Me gustaría recordarle más y mejor, pero lo he dicho ya, leí este libro en primavera de 2010. Lo que escribo sobre él lo hago de memoria, repasando en Sebastián los personajes con los que volvería a pasar horas enteras, por el gusto de saberme, como ellos, perdedores de algo.

Sebastián ha perdido una mujer, la más importante de su vida, quizás, pero a diferencia de otros héroes, Sebastián no se moverá, no dará un paso adelante sin conocer cuáles son los pasos que lo han llevado hasta allí, hasta el centro de una pista de baile.

Sí, una pista de baile, en la hermosa recepción de una embajada, a la que Sebastián asiste y en cuya orilla se queda, sin moverse.

Sebastián no baila, no sabe cómo y sin embargo algo le empuja a acercarse a una mujer –esa que vamos a ver bailar- como si en verdad pudiera, bailar o amarla. Sebastián se entrega a sus fracasos con esmero, haciéndolos más hermosos. Ha de ser por eso que lo recuerdo.

El escritor que escribió a Sebastián dice preferir la parodia, incluso por encima del respeto. A veces le creo, a veces no. Sus personajes me resultan tan risibles como entrañables, tan propios como prestados, aunque haya gente que no le parezca.

Sebastián, su personaje, nuestro personaje ahora, visita su desgracia como quien va a la feria, con el entusiasmo de quien quiere subirse a todos sus cacharros. Y si para ello los sentimientos han de ser una pista de baile, un gran escenario, Sebastián así lo escoge, para quedarse de pie, iluminado por el foco de quien capaz de contar su historia para que la recordemos, aunque pase el tiempo, aunque no nos pertenezca.

Es domingo, por la tarde, dije ya. Llueve y me muero de frío y sin embargo, algo pasa, que me da por acordarme de alguien que, justamente, parece castigado por si incapacidad de olvidar.

Porque en el fondo, creo, el tono lo es casi todo. Aquí, también.