domingo, 13 de noviembre de 2011

Polaroids desde la muerte (*)

_


(* Lo siento Coupland)

La primera vez que Iznardo Bienvenido Bravo vio una comitiva oficial tenía siete años. Un jeep blanco se atravesó frente a sus ojos mientras se miraba las uñas, sentado en la puerta de su casa, bajo el achicharrante del mediodía. Luego pasó otro, y otro más. Iznardo Bienvenido se restregó los ojos y empezó a contarlos. Dentro iban hombres de uniforme militar y otros de traje claro con sombrero de camarita. Desde ese momento, y para siempre, Iznardo Bienvenido entendió muy claramente las cosas importantes de la vida. Lo único que no le quedó muy claro era porqué los candidatos vestían de safari para ir a su barrio.

Su padre, Alcides Trinidad Bravo, simpatizante de la izquierda moderada y bedel, miraba el asunto sin tomar partido, bebiendo su cerveza y componiendo el motor -siempre ahogado- de su Malibú modelo 86. Bernarda Amalia Chacón Chacón, su madre, trabajaba como cocinera. A veces, se ofrecía para guisar un caldo para las romerías, por eso Iznardo Bienvenido escuchó todos y cada uno de los discursos de candidatos, delfines políticos, chivos expiatorios y demás animales. Y así como Bernarda, su madre, escuchó los discursos del primer presidente democráticamente electo que logró terminar su período de gobierno, a su hijo Bernardo Eliseo le tocó lo propio, pero llevando encima una bandeja de empanadas de queso sobre la cabeza.

En más de una ocasión, el candidato a presidente del quinquenio se acercó al tarantín de Bernarda para tomarse un jugo de caña recién exprimido, entonces Iznardo Bienvenido soltaba la bandeja y corría para colarse entre la comitiva. Lo que más le gustaba no era sólo el refresco que le brindaban, sino la repentina familiaridad de aquellos hombres vestidos de safari.

No hay comentarios: