martes, 11 de octubre de 2011

5-B, Con B, de Barcelona


La pregunta que más me interesaba, la única que valía la pena, la que no iba a publicar, la dejé para el final. Justo en ese momento dejé de hacer anotaciones -las cosas que realmente importan las memorizo-. Los ojos azules del escritor me parecieron los de alguien al que le habría gustado enloquecer y no tuvo el gusto.

Su primer libro lo publicó a los 34. Fue un poemario. No era un niño; mucho menos en aquellos años, en los que la infancia le estaba permitida sólo a los que podían soportarla por más de dos décadas seguidas.

Vivía entonces el escritor en Londres. Ahí, estudió Bachelor of Arts en filosofía y trabajó como teleoperador del Banco Urquijo durante once años. Sabía, dice, que para volver, debía de hacerlo con algo bajo el brazo. Con un libro. Uno potente, me dice.

Mientras hablo, repaso lo que me rodea. Miro la estatuilla del Premio Planeta, magnético como una palabrota. Hay instantáneas y retratos con el rostro del mismo hombre, en diferentes paisajes, actitudes; a veces rodeado por personas; a veces solo, íntimo o desafiante. Con un niño. En un jardín. El mismo hombre.

Dos bibicletas cacarean a solas en un pasillo mientras yo, ahí, sentada en aquel sofá repasado por mantas tejidas, me decido a preguntarle porqué Rosa Regàs y Juan Benet fueron, según ha dicho, tan importantes en su regreso a España en 1977.

La respuesta era más sencila y remota de lo que pensaba. Mucho más. Antes de contestar, el escritor se levantó. Podría llamarle el anciano. O el hombre que he despertado de su siesta por haber llegado media hora antes de lo pactado. Podría o debería llamarle primero en la lista al senado por Madrid. O sencillamente referirme a él por su nombre.

En fin, que debería de emplear una fórmula menos suntuosa o parcialmente menos provinciana. Pero me entretienen estas ceremonias en las que el mundo queda dividido, absurdamente, entre lectores y escritores, aunque los segundos sean lectores la mayoría del tiempo o a veces no existan diferencias entre ninguno de los dos. Me da igual.

Decía, entonces, que el escritor se había puesto de pie para correr la cortina. Un potente sol de comienzos de otoño se cuela por la ventana de un piso habitado por libros y claraboyas. Ahora, de vuelta en su sillón, el escritor responde.

Gracias a Benet, Pombo, el escritor en cuestión, logró entrar en relación con la escritora catalana Rosa Regàs, quien en aquellos años tenía una editorial, La Gaya Ciega, con la que Pombo pudo acceder al círculo de publicaciones que le darían algo con qué volver bajo el brazo.

"No podía volver sin un libro", dice refiriéndose a Variaciones. "Ya después edité el libro de cuentos Relatos sobre la falta de sustancia". Vuelvo a mirar el retrato del mismo hombre múltiple que decora esta casa.

"¿Sabe? Antes, ciertas cosas eran muy difíciles. Aunque ahora tampoco dejan de serlo". Me quedo con los dos trozos de la misma frase, con la lenta ceremonia del publicado. Me despido del hombre de ojos azules. Doy un repaso veloz y codicioso a un ejemplar de Yellow Dog que me gustaría tener en mi biblioteca y me dirijo a la puerta de salida entre comentarios sobre Hugo Chávez.

Ya en el ascensor. De vuelta al portal. Pienso, muy dentro de mí, cuánto miedo le he tenido siempre a Juan Benet. Pero yo, afortunadamente soy eso, un asustadizo y cobarde lector. Soy la delgada loncha que no toma apuntes y que memoriza, de vuelta a casa, respuestas remotas y sencillas.

2 comentarios:

Roberto Echeto dijo...

El arte de la entrevista, querida Sra. Sáinz. Ese es el arte de la entrevista. Lo que está alrededor del entrevistado importa tanto o más que el propio entrevistado.

Un beso caraqueño.

mi coño en verso dijo...

Tiene razón Roberto. Sé que me repito, pero tu blog me gusta, escribes sabroso.